16 de septiembre de 2012

A veces me pasan cosas que podrían pasar en los relatos que escribo. Hoy fui a Eterna Cadencia y me hicieron conversar frente a una cámara con un escritor chileno que hacía de librero por un día. Después, al confirmar que yo era yo, el chico que había hecho de sonidista me contó algo. Hace ya varios años, junto a su novia de entonces, iba a ver al Quinteto de la Muerte. En esa época también compraron y leyeron juntos Los estantes vacíos. Esas salidas nocturnas y esa lectura, pequeños hitos de la relación, forman parte de una etapa de sus vidas que ambos recuerdan con mucha calidez. Después se fueron de viaje y al volver descubrieron que el Quinteto no existía más. Al poco tiempo, también ellos se separaron. Ahora, años más tarde, están intentando reconciliarse. Ayer, en la librería, él vio un ejemplar de Los modos de ganarse la vida y, recordando aquella época dorada, lo compró para regalárselo a ella. Anoche se lo llevó a la casa. Después buscó Los estantes vacíos en la biblioteca y lo metió en su mochila. “Lo compramos juntos”, dijo cuando ella amagó con no prestárselo. Entonces hoy, tras contarme esto y decirme que le parecían muy locas todas esas casualidades, sacó ese ejemplar histórico, me lo mostró y me preguntó si podía firmarlo. Yo estuve un rato pensando la dedicatoria hasta que se me ocurrió: 

“Para Elena y Sebastián. Porque los estantes nunca llegaron a estar vacíos.”

Mis libros hablan, más que nada, de separaciones, de amores rotos y de estantes vacíos; sin embargo, a veces, pueden servir para unir cuerpos, bibliotecas y corazones. Ojalá que éste sea el caso.

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